Todo el mundo sabe que a Borges le gustaban los Stones, que los conocía por María Kodama. Todos saben también que en la tarde del 15 de mayo de 1981, en el lobby del Hotel Palace de Madrid mientras esperábamos que nos pasaran a buscar para ir a cenar, de repente apareció Mick Jagger, se acercó a Borges, se arrodilló a su lado y le dijo:
- Maestro, yo lo admiro, leí toda su obra.
- ¿Quién es usted, señor? le preguntó Borges.
- Mick Jagger.
- Ah, uno de los Rolling Stones.
- ¿Cómo, Maestro, usted me conoce? dijo Jagger, a punto de desmayarse.
- Sí, por María Kodama.
Pero lo que pasó inmediatamente después sólo yo lo sé -bueno, yo y un tipo de Tacuarembó que andaba por ahí comprando unas ovejas para la granja que tenía cerca de Valle Edén. Sale el estupefacto Jagger, se va al baño María Kodama. Entonces Borges nos guiña un ojo, se levanta y empieza a bailar como imitando a Mick, i can´t get no! canta bajito y pone la boquita así, ¿ves?
jueves, 30 de abril de 2009
lunes, 27 de abril de 2009
jueves, 23 de abril de 2009
Dieciséis cuadras y siete horas de cola sólo para putearlo. Con cada minuto que pasa, con cada metro que avanza, el odio aumenta en forma directamente proporcional a las virtudes que le cuelgan los demás. Pero detenerse en los motivos de una y otra cosa sería perder el tiempo. Lo importante ahora es pulir cada detalle del plan. A las tres cuadras de la entrada ya tiene listo lo que va a decir. En la esquina del subte puede repetirlo sin pensar. Surge una duda justo antes de empezar a subir la rampa ¿reforzar tal adjetivo? Ya se ven las luces del salón: todo resuelto. Cuestión de segundos nomás.
Ahora lo tiene enfrente, envuelve el insulto en una lágrima -discreción por sobre todo- y lo hace viajar hacia el muerto a la velocidad del beso que impulsa con un movimiento seco del dedo índice de la mano derecha.
Ahora lo tiene enfrente, envuelve el insulto en una lágrima -discreción por sobre todo- y lo hace viajar hacia el muerto a la velocidad del beso que impulsa con un movimiento seco del dedo índice de la mano derecha.
jueves, 16 de abril de 2009
Anoche voy al concierto de Aerosmith y a la entrada me encuentro con este tipo de Montevideo con el que hice negocios hace mucho tiempo. Me dice que lo conoce a Steven Tyler, que después del show se van a comer juntos y que si quiero ir me invita. Yo estoy con unos amigos, pero tampoco son tan amigos así que le digo que sí.
Tyler anuncia que el último tema es instrumental, saluda a la gente y se va. El tipo de Montevideo se levanta y me hace una seña para que lo acompañe. Aparecemos en el backstage y ahí está Steven, todo sudado. Cambia un par de palabras con el tipo de Montevideo, me pone un brazo húmedo en el hombro y me pregunta cómo estuvo el show. Very good man. Afuera se escucha el solo de guitarra. Parece Slash pero es Joe Perry.
Vamos a un restaurant cerca del teatro. Un bodegón inmundo, la verdad. El tipo le dice a Steven que le va a hacer probar el mejor asado uruguayo hecho con la mejor carne uruguaya. Yo me río y le digo que me avise cuando vaya a Uruguay que le hago probar el mejor asado argentino de la mejor carne argentina. Ahí me doy cuenta que Steven se está embolando, pero justo me acuerdo que dejé la mochila en la butaca del teatro. Por un momento pienso que mis amigos me la van a guardar, pero tampoco son tan amigos así que digo que me banquen que en un toque estoy de vuelta.
En el teatro el portero me lleva por las escaleras, los ascensores todavía están bajando gente que sale del show. Hay varios integrantes de la filarmónica esperando en el foyer, recalientes porque los de limpieza tardan mucho en poner todo en orden para el próximo ensayo. Al final del corredor el portero levanta la cortina y señala para adentro. La sala está completamente vacía, iluminada, silenciosa, limpia. Camino un par de filas y ahí la veo, inmóvil, negra con destellos azules, reclinada sobre la tibia pana roja de la butaca, lustrosa como el día que la elegí.
Tyler anuncia que el último tema es instrumental, saluda a la gente y se va. El tipo de Montevideo se levanta y me hace una seña para que lo acompañe. Aparecemos en el backstage y ahí está Steven, todo sudado. Cambia un par de palabras con el tipo de Montevideo, me pone un brazo húmedo en el hombro y me pregunta cómo estuvo el show. Very good man. Afuera se escucha el solo de guitarra. Parece Slash pero es Joe Perry.
Vamos a un restaurant cerca del teatro. Un bodegón inmundo, la verdad. El tipo le dice a Steven que le va a hacer probar el mejor asado uruguayo hecho con la mejor carne uruguaya. Yo me río y le digo que me avise cuando vaya a Uruguay que le hago probar el mejor asado argentino de la mejor carne argentina. Ahí me doy cuenta que Steven se está embolando, pero justo me acuerdo que dejé la mochila en la butaca del teatro. Por un momento pienso que mis amigos me la van a guardar, pero tampoco son tan amigos así que digo que me banquen que en un toque estoy de vuelta.
En el teatro el portero me lleva por las escaleras, los ascensores todavía están bajando gente que sale del show. Hay varios integrantes de la filarmónica esperando en el foyer, recalientes porque los de limpieza tardan mucho en poner todo en orden para el próximo ensayo. Al final del corredor el portero levanta la cortina y señala para adentro. La sala está completamente vacía, iluminada, silenciosa, limpia. Camino un par de filas y ahí la veo, inmóvil, negra con destellos azules, reclinada sobre la tibia pana roja de la butaca, lustrosa como el día que la elegí.
lunes, 13 de abril de 2009
Estaba con la gente del consorcio mirando una opera por la tele en la pantalla gigante que había puesto uno de los propietarios. Yo la conocía a la opera, estaba en un disco que siempre ponía mi madre allá en Paysandú. Medio la cantaba por lo bajo, vea. Cuestión que en un momento me emocioné mucho, me saltaron las lágrimas por los ojos y me paré. Al rato me doy cuenta que uno de los propietarios me gritaba para que me sentara de nuevo. ¡Qué ordinario! Ahí nomás me dí vuelta y le grité
-¿Qué, porque soy portero no me puedo emocionar con una opera?
Pero me quedé mal y al día siguiente bajé a pedirle disculpas. Después de un rato de tocarle el timbre salió la vecina del departamento de enfrente y me dijo
-Pare de tocar que no hay nadie, Ernesto. ¿No se enteró? El señor se mató anoche. Parece que se colgó del coso de la ducha.
-¿Qué, porque soy portero no me puedo emocionar con una opera?
Pero me quedé mal y al día siguiente bajé a pedirle disculpas. Después de un rato de tocarle el timbre salió la vecina del departamento de enfrente y me dijo
-Pare de tocar que no hay nadie, Ernesto. ¿No se enteró? El señor se mató anoche. Parece que se colgó del coso de la ducha.
sábado, 11 de abril de 2009
miércoles, 8 de abril de 2009
domingo, 5 de abril de 2009
Suscribirse a:
Entradas (Atom)