jueves, 23 de abril de 2009

Dieciséis cuadras y siete horas de cola sólo para putearlo. Con cada minuto que pasa, con cada metro que avanza, el odio aumenta en forma directamente proporcional a las virtudes que le cuelgan los demás. Pero detenerse en los motivos de una y otra cosa sería perder el tiempo. Lo importante ahora es pulir cada detalle del plan. A las tres cuadras de la entrada ya tiene listo lo que va a decir. En la esquina del subte puede repetirlo sin pensar. Surge una duda justo antes de empezar a subir la rampa ¿reforzar tal adjetivo? Ya se ven las luces del salón: todo resuelto. Cuestión de segundos nomás.

Ahora lo tiene enfrente, envuelve el insulto en una lágrima -discreción por sobre todo- y lo hace viajar hacia el muerto a la velocidad del beso que impulsa con un movimiento seco del dedo índice de la mano derecha.

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