No recuerdo con exactitud cuándo escuché por primera vez a Allan "guitarra de Mazinger" (Ezpeleta dixit) Holdsworth -¿año 91?- pero sí, perfectamente, las circunstancias en que eso ocurrió. Volvía de visitar a mi amigo Juan Carlos Criminaldo o de ensayar, o de tomar alguna clase de francés, o no sé qué y esperaba el tren en la estación Liniers solíamos intercambiar con JCC nuestros descubrimientos musicales, aunque debo reconocer que fueron muchos más los que él me proporcionó que los que yo a él y puse "Metal Fatigue" en el walkman. No sé por qué me lo llevé y no lo escuché en su casa. Tal vez se trataba de uno de sus “tomá, escuchálo en tu casa, o grabátelo”. Fue escuchar las primeras frases del tema y darme cuenta de que me esperaba algo serio. A los dos minutos y pico, cuando comenzó el solo, ya no entendía nada; para los power chords finales yo había quedado -utilizando un sutil y delicioso concepto- culoparriba.

Allan me asestaba el segundo tema cuando llegó el tren. Lo dejé pasar, por supuesto, ¡estaba hasta las manos! El tren. Bueno, yo también. Petrificado por el sonido, la armonía, las inversiones, la técnica conceptos de los músicos que conozco porque alguna vez lo fui ;-) todo era sorpresivo, inesperado y, por sobre todo, bello ponéle. Esto pude articularlo tiempo después. En ese momento sólo me parecía escuchar a un marciano recién salido de su nave a quien le dieron una guitarra para que se comunicara con los terrícolas.

Después de abusar del cassette de JCC no volví a escuchar el disco por muchísimo tiempo hasta ahora, y al hacerlo no sentí lo mismo que antes, por supuesto. Lo raro es que hoy no me sorprende que lo que más se acerque a la sensación original sea contar esta anécdota que tal vez ni siquiera ocurrió.

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