Y la frase de estos tiempos podría ser "ahora entiendo". Más precisamente, ahora entiendo algunas cosas acerca de cómo actúan los padres ("algunas", no "todas"). No es que me lo haya propuesto, ni siquiera lo noté mientras ocurría. Simplemente, pensando en esto tiempo después, me doy cuenta de que ahora entiendo.
Por ejemplo algo de lo que sentí cuando estuvimos en la sala de neonatología, donde no pude contener las lágrimas. O una de las tantas cosas que me pasan cuando me sonríe cada vez que me reconoce. Y así. Y es "sé que me arrojaría como un tigre asesino sobre cualquiera que siquiera considerara algo que pudiera hacerla sufrir; arrancaría sus ojos, comería sus vísceras y dejaría la carcasa a los gusanos carroñeros".
Es una metáfora.
miércoles, 29 de julio de 2009
jueves, 23 de julio de 2009
viernes, 17 de julio de 2009
Tenemos que ir al Sanatorio y paramos un taxi en la esquina de casa. Ni terminamos de sentarnos y el tachero pisa el acelerador y cruza la avenida en diagonal para doblar en la calle siguiente. Yo creo que nunca miró hacia atrás. Quien conozca el tránsito en San Juan sabrá que para cruzarla a lo ancho en una cuadra y sin mirar hay que estar medio loquibambi. O apurado, como últimamente parecen estar todos los taxistas. O urgido por sacarse de encima a una posible parturienta. Como fuera, no hago ningún comentario. Supongo que en su estado mi mujer no querrá escuchar nada por el estilo.
Apenas toma Independencia el tipo nos empieza a mirar. Y al doblar en Entre Ríos, con el tránsito más despejado, dice
-Molestia si come mandarrina? Tiene garrganta seca.
con un acento extranjero que no termino de identificar, pero como por el espejito lo veo medio cuadradote y rubión calculo que debe ser ruso o algo así, pariente o pareja de alguna de las tantas arregladoras de ropa de la ciudad.
-No, todo bien, dale nomás.
Y al instante me arrepiento. Ya lo veo hablando todo el viaje e infectando el universo con olor a mandarina. Pero no. El tipo saca la fruta de una bolsita de nylon blanca y la pela en silencio, sin que desprenda olor alguno. Debe ser una mandarina rusa.
Como sigue callado aprovecho para relojear el auto. Lo de siempre salvo la estampita de un santo que no conozco -debe ser ruso- colgando del espejo retrovisor con una cinta roja, y una especie de busto de una virgen o santa o bruja, qué sé yo, arriba de la guantera. El coso ese tiene unos veinte centímetros de alto, la verdad es que es bastante grande y mete miedo. Debe ser una bruja rusa.
El ruso maneja rápido. Demasiado. Yo le explico que no hay ningún apuro pero nada, no sé siquiera si entendió. Maneja como si la vida de los trece mil doscientos cincuenta y ocho niños en edad escolar del remoto pueblo siberiano del que proviene -Petropávlovsk- dependiera de ello. Agarra el volante como si fuera a caer a las gélidas profundidades del lago Baikal si lo soltara. No sé, capaz que exagero un poco con las comparaciones pero lo que importa es que se entienda la idea.
Al pasar frente a la iglesia esa que está ahí en Callao justo antes de llegar a Tucumán, el ruso se persigna. Pero a lo loco, furioso, como si espantara la mosca que lo estuvo incordiando durante los últimos cinco años (y seguimos con las comparaciones). No alcanzamos a reponernos cuando dobla en Córdoba, pero apenas nos damos cuenta vuelve doblar en Pueyrredón, ahora que también es mano para allá. Por suerte hay poco tránsito.
A una cuadra del Sanatorio nos agarra un semáforo. El ruso frena a desgano y se queda regulando como si estuviera en la largada del GP de Montecarlo. Yo no sé cómo puede aguantar los eternos segundos desde que el rojo se convierte en amarillo y el amarillo en verde. Pero finalmente todo llega en la vida: el ruso acelera... e inmediatamente frena para no atropellar a una mujer con calzas rojas que cruza la calle corriendo con bastante poca convicción y una niña flameando en el extremo del brazo derecho. El ruso saca la cabeza por la ventanilla y le vomita la más atroz puteada rusa que haya escuchado en mi vida. Luego se vuelve a nosotros y con la cara congestionada nos dice algo en ruso que tal vez quiso ser amigable pero a mí me pareció una amenaza mafiosa. Se da vuelta nuevamente y toca con el pulgar la frente de la bruja repitiendo no sé qué letanía en ruso. Y así llegamos, y nos bajamos en un salto justo antes de que el ruso arranque con una convulsión epiléptica, en medio de una nube de fuego y azufre, escupiendo sobrecogedores gemidos y gritos en ruso.
Apenas toma Independencia el tipo nos empieza a mirar. Y al doblar en Entre Ríos, con el tránsito más despejado, dice
-Molestia si come mandarrina? Tiene garrganta seca.
con un acento extranjero que no termino de identificar, pero como por el espejito lo veo medio cuadradote y rubión calculo que debe ser ruso o algo así, pariente o pareja de alguna de las tantas arregladoras de ropa de la ciudad.
-No, todo bien, dale nomás.
Y al instante me arrepiento. Ya lo veo hablando todo el viaje e infectando el universo con olor a mandarina. Pero no. El tipo saca la fruta de una bolsita de nylon blanca y la pela en silencio, sin que desprenda olor alguno. Debe ser una mandarina rusa.
Como sigue callado aprovecho para relojear el auto. Lo de siempre salvo la estampita de un santo que no conozco -debe ser ruso- colgando del espejo retrovisor con una cinta roja, y una especie de busto de una virgen o santa o bruja, qué sé yo, arriba de la guantera. El coso ese tiene unos veinte centímetros de alto, la verdad es que es bastante grande y mete miedo. Debe ser una bruja rusa.
El ruso maneja rápido. Demasiado. Yo le explico que no hay ningún apuro pero nada, no sé siquiera si entendió. Maneja como si la vida de los trece mil doscientos cincuenta y ocho niños en edad escolar del remoto pueblo siberiano del que proviene -Petropávlovsk- dependiera de ello. Agarra el volante como si fuera a caer a las gélidas profundidades del lago Baikal si lo soltara. No sé, capaz que exagero un poco con las comparaciones pero lo que importa es que se entienda la idea.
Al pasar frente a la iglesia esa que está ahí en Callao justo antes de llegar a Tucumán, el ruso se persigna. Pero a lo loco, furioso, como si espantara la mosca que lo estuvo incordiando durante los últimos cinco años (y seguimos con las comparaciones). No alcanzamos a reponernos cuando dobla en Córdoba, pero apenas nos damos cuenta vuelve doblar en Pueyrredón, ahora que también es mano para allá. Por suerte hay poco tránsito.
A una cuadra del Sanatorio nos agarra un semáforo. El ruso frena a desgano y se queda regulando como si estuviera en la largada del GP de Montecarlo. Yo no sé cómo puede aguantar los eternos segundos desde que el rojo se convierte en amarillo y el amarillo en verde. Pero finalmente todo llega en la vida: el ruso acelera... e inmediatamente frena para no atropellar a una mujer con calzas rojas que cruza la calle corriendo con bastante poca convicción y una niña flameando en el extremo del brazo derecho. El ruso saca la cabeza por la ventanilla y le vomita la más atroz puteada rusa que haya escuchado en mi vida. Luego se vuelve a nosotros y con la cara congestionada nos dice algo en ruso que tal vez quiso ser amigable pero a mí me pareció una amenaza mafiosa. Se da vuelta nuevamente y toca con el pulgar la frente de la bruja repitiendo no sé qué letanía en ruso. Y así llegamos, y nos bajamos en un salto justo antes de que el ruso arranque con una convulsión epiléptica, en medio de una nube de fuego y azufre, escupiendo sobrecogedores gemidos y gritos en ruso.